miércoles, 4 de junio de 2014



La edad del Amor

“Mentira, mentira, yo quise decirle,
las horas que pasan ya no vuelven más.
Y así mi cariño al tuyo enlazado
es sólo un fantasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar”

Gardel y Lepera


No pocas veces escuchamos una queja recurrente de parte de nuestros pacientes: ¿Porqué la relación con mi pareja se ha vuelto tan diferente de la que era en los comienzos?
Así como los padres vemos crecer a nuestros hijos, adquirir habilidades, madurar funciones y someterse al encuentro con una realidad cada vez más fuera de nuestro control, la relación que nos unió alguna vez con un otro se torna distinta con el paso del tiempo y de las circunstancias.
Ese amor que despertó un día en un encuentro casual o buscado, se ha transfigurado y ha crecido. Asimiló lo que ambas partes pudieron aportarle, incorporó distintos lenguajes, adaptó su forma a lo sucedido y alcanzó nuevas características, que lo hicieron quizá mas serio o moderado, menos pendular, pero mas centrado, menos fuegos artificiales y mas compañerismo.
Claro, todo esto en el mejor de los casos, pero también es posible verificar desvíos, puntos de roce permanente, incomunicación, y grietas de diverso grosor, lo cual impulsa la añoranza.
Volviendo al ejemplo del niño, éste pasa de una fase inicial de puro disfrute simbiótico, a etapas donde se enfrenta al mundo exterior y a experiencias diversas, adquiriendo una personalidad que es inherente a su lugar en el mundo y que lo definirá para el futuro.
Las relaciones también nacen simbióticas, endogámicas, sin importarles qué sucede fuera de ellas. Al transcurrir el tiempo, y sujetas a las experiencias que las atraviesan, los vínculos adquieren también una personalidad y abordan los mismos desafíos a los que se enfrenta un niño o un adolescente en su vida individual.
Cuando nuestros pacientes inquieren “¿Porqué mi relación con X ya no es como al principio?” podríamos sugerirle que se pregunten porque su hijo adolescente o adulto ya no es como aquel bebé que llenó nuestro álbum de fotos mientras recordamos orgullosos un pasado perfecto…o no tanto.
Sostener en nuestra memoria un pasado amoroso e idílico presenta al menos dos inconvenientes, uno, sufrimos por la falta de algo que no fue real y, dos, intentamos perpetuar ese estado imaginario en un presente que demanda otras aptitudes y actitudes.
Suponiendo el hecho de que a ningún padre le gustaría ver a su hijo mayor con las carencias de un niño pequeño, es necesario confrontar la idea de que es necesario y deseable que nuestras relaciones crezcan y maduren al paso del tiempo. Esto es casi obvio pero se contradice con la demanda un poco tanguera de volver a un supuesto momento fundacional y perfecto.
Una vez más será interesante un trabajo interno, profundo y acompañado para despejar nuestra mirada de los artificios de una memoria cautivante y engañosa, amiga de retenernos en un tiempo ideal y de imaginar un regreso utópico al paraíso.
Se trata de poder ejercer una propuesta adulta, sanadora y realista que nos permita transitar por un reconocimiento del estado actual de nuestro vínculo, sus potencialidades y sus logros, así como sus conflictos y diferencias para consolidar la aceptación, el darse cuenta y la valoración de ésta relación, que ya no es aquella, y que pide el trato que le corresponde, a la vez que ofrece otras virtudes y capacidades que no estaban antes.
Asumir la madurez de una relación implica estar a la altura de la misma, esto es, asumir la propia madurez en un marco de cuidado hacia uno mismo y al otro.
No seríamos padres responsables si no estuvieramos a la altura de las necesidades de un hijo ya crecido.
Ser responsables es poder “dar respuesta” y si la nuestra navega en la nostalgia en lugar de vivir el presente, seremos irresponsables con nuestro vínculo.
La invitación es a descubrir los posibles patrones de percepción y comportamiento que nos demoran en un sufrimiento circular y que pueden ser desanudados y reconvertidos.

Lic. Fabián López
MN 53284

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