martes, 1 de julio de 2014



ADENTRO Y AFUERA

Muchos de los problemas a los que nos enfrentamos refieren a alguna disfunción en el deseable equilibrio entre los espacios internos (nuestro adentro) y los externos (el afuera). Tal equilibrio deseable dependerá de un dinamismo oportuno y sostenido de acuerdo a las necesidades del individuo.
Estamos acostumbrados a delimitar la frontera de interacción de ese adentro y ese afuera a partir de nuestras carencias. Si hemos estado durante un tiempo “metidos para adentro” y ese estado fue satisfactorio, generalmente pasamos al exterior para compartir nuestra experiencia con otros, quizá buscando aprobación, espejo o simplemente expresarnos. En el caso contrario, cuando nuestra actividad “exterior y social” es abundante, sea ésta placentera o no, necesitamos volver a nuestro interior y dejar que pueda plasmarse el necesario proceso de asimilar lo ocurrido allá afuera para nuestro beneficio.
Cuando esta situación ideal no ocurre, por diversas excusas surgidas de mandatos, modelos culturales, etc., nos encontramos saturados, faltos de energía, llenos de información inútil o faltos de roce con el mundo exterior, huraños y con la sensibilidad mellada.
A esto deben sumarse las predisposiciones naturales. Al respecto, es conocida la tipología delineada por C.G. Jung. Sus tipos Introvertido – Extrovertido reconocen los circuitos preferidos para la circulación de la energía psíquica en determinados individuos. Los introvertidos prefieren hacerlo en su interior porque es allí donde pueden procesar las percepciones, juicios o actos de manera más eficiente. En el caso de los extrovertidos tales cuestiones se gestionan mejor en el afuera, con los otros.
En ambos tipos podemos verificar, a veces, un exceso o manejo extremo de las predisposiciones, abusando de los caminos preferidos. Es interesante la tarea de intentar compensar tales inclinaciones, lo que resulta de provecho para la persona, enriqueciendo su vida, dotándola de mayores variantes, de recursos mas creativos y mayor energía en general.
Las personas mas equilibradas en cuanto al recorrido de su experiencia, sentimientos y acciones, aún respetando su inclinación natural a estar mas en contacto consigo mismo, o mas pendiente de sus contactos externos, muestran mayor capacidad de simbolizar lo que le ocurre en la vida (y con ello bajar su nivel de impulsividad), toleran mejor las frustraciones inevitables de su vida, somatizan menos sus conflictos psicológicos, poseen relaciones personales mas genuinas, tienen mas claro sus deseos (y pueden llevarlos a cabo), obtienen mayor capacidad de insight, y tienen mucho menos posibilidad de proyecciones e introyecciones patologizantes.
Claramente, la psicoterapia aborda esta cuestión de manera central, lo cual incluye un diagnostico preciso de las redes de las que dispone el paciente, tanto adentro como afuera, es decir, se busca reforzar (y a veces crear) la red interna de la persona que padece puntuando el potencial y los recursos de la misma y que, a veces, son profundamente negados por el sujeto en cuestión.
Lo mismo sucede con la red externa, aquellos vínculos disponibles pero no utilizados a raíz de conflictos, de una historia conflictiva o por creencias disfuncionales de vieja data.
Encontrar el balance entre ambos mundos merece nuestra atención como terapeutas y obliga a una mirada especial en nuestra práctica clínica si reconocemos la importancia de observar las características propias de cada paciente en su vínculo adentro / afuera.

Lic. Fabián López
MN 53284


Historias de Consultorio 1:

Juan “Magno” y Juan “Laucha”
De la cima…a la sima


Juan llegó a la consulta muy abatido, con la última porción de sus fuerzas para encarar la enésima terapia que lo ayudara con su depresión. Esta palabra-rotulo-etiqueta tan pesada y compleja, se correspondía no obstante con sus manifestaciones frente al terapeuta que lo recibió. Pasados ya los sesenta, Juan relata una juventud de características opuestas a su presente triste, apático y sumergido en un profundo disvalor.
Luego de un par de sesiones del mismo tenor, se produce cierto insight en el terapeuta, algo típico en un encuadre mixturado de escucha profunda y de las resonancias de la propia experiencia de vida del profesional. A un pasado de ganador, Juan le oponía un presente de perdedor, por lo que, en esta ocasión, surgió el siguiente esquema del ciclo vital anímico de Juan.
Tal esquema tenía gráficamente la forma de una sinusoide, esto es, un desarrollo a través del tiempo que arranca de una posición elevada y va decayendo hacia una posición francamente inferior, de la cima…a la sima.
Sin pensarlo demasiado, el terapeuta, que disponía de un pizarrón detrás de su sillón, tomó un marcador, dibujó la sinusoide mientras Juan continuaba con sus lamentos y culpas, y le preguntó: Juan, podría ser esto un esquema válido de como te sentías y como te sentís en las distintas épocas de tu vida?, a lo que Juan contesto que si, sin entender del todo lo que significaba el planteo.
Frente a su débil afirmación, el terapeuta agregó una línea a media altura entre la superior de la sinusoide y la inferior, y volvió a preguntar: Entonces, que podría ser esta línea? Que habría en este nivel?
Inmediatamente, Juan abrió sus ojos, pensó unos instantes y balbuceó: Algo…a mitad de camino parece…creo…
En ese instante muy particular y muy fino dentro del trabajo terapéutico los profesionales debemos medir si el paciente está preparado para enfrentar cierta información sobre si mismo y a la vez arriesgarnos para probarlo con la posibilidad de un darse cuenta sanador y orientador del rumbo terapéutico.
En este caso, y prestándole a Juan algunos recursos simbolizantes sobre su historia, el terapeuta agregó: Quizá el valor real de Juan estaba mas cerca, aún en las distintas etapas de tu vida, de la línea central que de la superior y la inferior…que te parece esto?
En ese momento Juan entrecerró sus ojos para concentrar su pensamiento y asintió en silencio. Luego de unos instantes largos sin pronunciar palabras, ambos retomaron el diálogo y pasaron a considerar otros elementos desde la nueva mirada surgida en el espacio clínico, enriqueciendo un relato hasta entonces unilateral, parcial, pre-construído, distorsionado y viejo…pasando a otro en el que se consideran tanto los hechos pasados como los presentes desde una nueva óptica.
Surgió la idea de descontracturar la sesión proponiendo apodos a esos “Juanes” irreales, llamándolos Juan “Magno” al de la juventud, omnipotente, autorreferente y compensador de una niñez carente de afecto y desnutrida emocionalmente. Y Juan “Laucha” a este hombre maduro disvaluado por si mismo, ciego a sus logros y potencialidades.
Claramente, ambas autoimagenes, mas allá de ser limitantes y patológicas, fueron también la mejor respuesta a los diferentes momentos de la vida de Juan, por lo cual desterrarlas no es nunca una tarea fácil.
Este toque de humor en la adjudicación de apodos, intentaba desarmar viejas creencias, dolidas miradas sobre su historia y en parte lo logró ya que posicionó al Juan actual en otra platea desde donde mirar el curso de su vida.
Ahora el paciente dispone de alternativas resignificantes, ricas y creativas a la hora de mirarse, valuarse y conocerse, lo cual redunda en posibilidades infinitas desde lo terapéutico y desde el enfoque personal que cada uno tiene sobre su historia y su percepción de la realidad.
La tarea pendiente de Juan, como la de muchos pacientes con vocación de autoconocimiento, es la de trabajar los hechos desde una lente mas limpia de máscaras, disfraces, identificaciones, mandatos y de “suciedades” implícitas en la subjetividad.

Lic. Fabián López
MN 53284